Todos los equipos, incluso los más sólidos, pasan por momentos en los que la energía desaparece. Reuniones que se vuelven planas, proyectos que avanzan sin ilusión, ideas que se quedan en silencio. No es falta de talento: es que la motivación se ha aplanado. Y la buena noticia es que se puede recuperar con gestos simples y consistentes.
Si te das 10 días, puedes encender de nuevo esa chispa sin reorganizarlo todo ni gastar en grandes consultorías. Aquí tienes un plan realista y aplicable.
Primeros días: romper la rutina
Un equipo se apaga cuando cada jornada es un calco de la anterior. Los primeros pasos son los que más impacto tienen porque sorprenden. No hace falta nada extraordinario: cambiar el lugar de una reunión, empezar con una dinámica ligera de cinco minutos o incluso traer un detalle inesperado, como un desayuno compartido.
El objetivo es enviar un mensaje claro: “algo distinto está pasando”. Esas pequeñas variaciones abren conversación y demuestran que el clima puede cambiar.
A mitad de camino: dar voz y reconocimiento
Un equipo desmotivado suele tener voces que no se escuchan y esfuerzos que pasan desapercibidos. En esta fase, conviene buscar la manera de equilibrar. Una práctica sencilla es cerrar cada reunión con una ronda rápida de ideas donde todos, incluso los más callados, aporten algo. No se trata de evaluar, sino de reconocer.
Al mismo tiempo, conviene reforzar el feedback positivo, pero de manera específica. En lugar de un genérico “buen trabajo”, funciona mejor un detalle concreto: “tu resumen nos ayudó a decidir más rápido”. Estos gestos, aunque parezcan pequeños, recuperan confianza y motivación.

Un día clave: conseguir una victoria rápida
Nada reactiva más que sentir que se ha logrado algo juntos. Escoge un reto pequeño y alcanzable en un solo día: cerrar un informe pendiente, resolver un problema que arrastraba el equipo o poner en orden un proceso que todos sufrían.
El impacto no está en la tarea en sí, sino en la sensación compartida de logro. Esa victoria actúa como recordatorio de que el equipo sigue siendo capaz de avanzar y superar obstáculos.
Cierre de los 10 días: consolidar el cambio
Para que la energía no se evapore, los últimos días deben servir para mirar hacia adelante. Una buena forma es reunir al equipo y preguntar: “¿qué os gustaría que consigamos en los próximos meses?”. Esa mirada futura transforma la chispa en combustible.
Celebrar el camino recorrido también importa. No hablamos de grandes fiestas, sino de reconocer lo que se ha hecho en esos 10 días: más participación, pequeños gestos distintos, un logro común. Nombrarlo en voz alta es lo que fija la experiencia como algo que merece repetirse.
Lo que queda después
Reactivar un equipo no significa cambiarlo todo, sino recordarle de qué es capaz. En apenas diez días, con rutinas rotas, voces escuchadas, una victoria compartida y una mirada al futuro, se recupera el ánimo y la confianza. Lo esencial es no dejarlo ahí: repetir cada cierto tiempo estos gestos para que la energía se mantenga.
